Nuestro viaje a Etiopía comenzó mucho antes de Agosto de 2012, concretamente un año antes. Los doctores Elena Guzmán, Ana García Zariquiegui, Manuel Otero y Laura Curiel nos conocimos en India, en un proyecto de cooperación odontológica y enseguida supimos que queríamos seguir viviendo veranos como ese, así que antes de volver, tuvimos claro que nuestro siguiente destino sería el continente africano.
Al entrar en contacto con Dentalcoop, nos ofrecieron diferentes destinos y elegimos Etiopía porque era un proyecto nuevo y uno de los países que más nos atraía. Dedicamos el año entero a preparar el viaje, vacunas, billetes, visados, inventario de instrumental, medicamentos… Tocamos todas las puertas que pudimos para conseguir donaciones de cepillos, pastas, medicación, materiales. Las maletas ya sobrepasaban el peso permitido por la compañía aérea cuando decidimos terminar de rellenarlas con globos, caramelos, pinturas y lapiceros para los niños que suponíamos nos íbamos a encontrar.
Lo primero a lo que tuvimos que acostumbrarnos al llegar a Etiopía fue a armarnos de paciencia para conseguir cualquier cosa, desde sellar el pasaporte, hasta pedir un café en un hotel de cualquier sitio turístico. El ritmo de vida es muy tranquilo y aunque la gente tenga que estar esperando más de lo que nosotros consideramos debido, nunca se quejan y siempre tienen una sonrisa en la boca.
No pudimos estar mejor atendidos durante las semanas de trabajo que con las Hermanas de la Caridad, tanto de Mekele, como de Alitena, donde estaba el hospital en el que trabajamos. En concreto Sister Desta y Sister Bisrat estuvieron en todo momento pendientes de que no nos faltara nada. Alitena es un pueblo en el que gracias al esfuerzo de ellas se ha conseguido construir una escuela infantil y un hospital. También está en marcha una casa para adolescentes. Antes de todos sus proyectos sólo era monte de piedras en la frontera con Eritrea, burros, gallinas y niños saltando en el río.
El trabajo en el hospital fue duro desde el primer momento. Los primeros días los tuvimos que emplear en montar el gabinete dental ya que fuimos el primer grupo de voluntarios en trabajar en la nueva sala que habían preparado. Tenían una farmacia muy bien surtida, pero los trabajadores más cualificados sanitariamente eran dos enfermeros que, aunque se desvivían por atender a los pacientes que llegaban, necesitaban muchas veces la asistencia de un médico.
Al final, atendimos a muchos más pacientes de los que teníamos previsto, gracias también a la ayuda de nuestro enfermero Solomon, que organizaba a la gente, rellenaba las historias clínicas, traducía las dudas y la explicación de cada tratamiento, y dispensaba la medicación que le indicábamos. En el trabajo se multiplicaba la dificultad con los escasos medios que teníamos, la luz se iba cada dos por tres, el agua era un bien preciado e insuficiente y la mayoría de los pacientes acudían a la consulta desde lejos, caminando y sin haber comido en varios días. Pero el agradecimiento y las sonrisas de cada una de los personas que atendimos, compensaban los apuros que surgían. Además, durante el trabajo, disfrutábamos de la compañía de los niños del pueblo que nos hacían reír y ser plenamente conscientes de que la felicidad que nos aportan todos los bienes materiales de los que allí carecíamos, no es la verdadera felicidad.
Se nos hizo corto y si de nosotros dependiera, seguiríamos allí, diciéndole a nuestro enfermero favorito desde la ventana del gabinete: Solomon, next please!!
Ya estamos preparando la siguiente aventura…
Laura Curiel