Profesionales odontólogos tratando a una paciente refugiada en el centro de Elpida. Imagina que eres una mujer, una que está en el agua en mar abierto, y que tu balsa ha naufragado con 60 tripulantes más (30 más de los que realmente cabrían), que reina el caos, que cada vez que intentas flotar, una de cada dos tragas agua, que a un lado tienes a un hijo y al otro tienes a otro, que ambos se están ahogando, y que solo puedes decidir intentar salvar a uno. Algunos se embarcan en cruceros por las islas griegas, otros atraviesan el país en Interrail, otros se quedan un tiempo en Atenas por estudios, quizá por los Juegos Olímpicos, pero nosotros, un grupo de cuatro amigos odontólogos, planeamos un viaje por carretera por el norte de Grecia, un país en ruinas, azotado por la crisis económica, para buscar refugiados de campamento en campamento. Volábamos a Tesalónica con escala en Atenas, Nayi, Cristian, Fadi y yo. Ninguno de nosotros sabía qué íbamos a encontrarnos. No íbamos con las cosquillas de la aventura, sino con el recelo de un drama candente. Imagina que eres una niña de 6 años de rizos salvajes de destellos cúpricos, juguetona y muy cariñosa, que prácticamente lo único que conoce es la guerra y la huida, que has sobrevivido gracias al amor, el amor de tus padres y quizá de gente que no conoces. Imagina que invitas a tu casa a una odontóloga dominicana con raíces libanesas y que tienes el privilegio de acogerla en tu hogar, un hogar improvisado que has alfombrado con mantas de colores vivos en un rincón del patio, donde nadie vigila, del campamento de refugiados. Has puesto dos plantitas y le recibes con la hospitalidad que corre por tu sangre. Le sirves un poquito de cuscús y una bebida sobre una vieja bobina de madera para cable industrial que compinchada con tus compañeros de juegos has acondicionado para la ocasión. Que tu deseo de hogar te lleva a construir una jaima (casa de campaña) con dos vallas y un palé cubiertos por una manta. Primera parada Los cuatro amigos odontólogos que viajaron a los campos de refugiados de Grecia. Elpida es «Esperanza» en griego y es el nombre del primer «campamento» de refugiados que visitamos. Una antigua fábrica textil abandonada, a 20 minutos de Tesalónica, que ONGs y el gobierno griego han rehabilitado, en colaboración directa con los mismos refugiados, para que puedan vivir en mejores condiciones que en campamentos y, a la vez, pueda ofrecer trabajo a las personas locales en paro. Allí trabajamos con Kitrinos Healthcare, nuestra ONG amiga formada por médicos que nos orientó durante todo el viaje sobre los sitios donde íbamos a encontrarnos con mayores necesidades. Acabábamos de entrar en un gran tejido de cooperantes. Cristian dirigía esta comisión y se encargó de la organización del viaje. Llevábamos meses recabando el instrumental, los aparatos y los materiales que necesitaríamos para trabajar. Conseguimos hacer tetris con las dos únicas maletas que nos pudimos permitir facturar. Aunque Nayi llenó otra más con donaciones de ropa y juguetes, cuya facturación financió de su propio bolsillo. Me di cuenta de la sostenida satisfacción de todo aquel trabajo previo cuando los intensos ojos azabache de Nayi, nuestra muñeca de arena ocre, brillaban con una sonrisa cuando aquella niñita de Irak le cogía de la mano para llevarle al patio y jugar con ella. Quizá los sueños vuelan en las alfombras del hogar. Mientras que a Cristian y a Fadi, enfrascados en endodoncias, pernos y reconstrucciones, les llenaba el corazón devolverles la sonrisa a los rostros de aquellas vidas rotas. Me sorprendía la diligencia y la humildad con la que mis compañeros me asistían en la realización, a cuatro manos, de selladores a los niños, debido a la dificultad de aislamiento, siendo conscientes de que aquella labor de salvar cuatro muelas a unos niños, y velando por su salud bucodental, era igual de gratificante o más que los implantes y las rehabilitaciones que podrían haber realizado en su lugar en España. Imagina que eres un chico joven de 24 años que, con algo de vergüenza, pero gran seguridad, te dice que es guitarrista y que «convive» en el «hotel» con deportistas de élite de Paquistán, médicos, farmaceúticos de la India, artesanos del cuero, operarios de máquinas, etc. Todos ellos, personas sin nombre. Imagina que allí nadie sabe de tus habilidades o de tus conocimientos y que solo quieres una oportunidad de demostrar tu valía y poder llevar una vida digna. –Surush, tienes el cordal erupcionado superior izquierdo horizontal con la corona hacia fuera. Te está doliendo. Tenemos que anestesiarte para realizar la extracción. –Ya… En Irán trabajaba con mi tío en su clínica odontológica, nos relata el guitarrista. Unos curan sonrisas y otros curan con sonrisas. Gracias a organizaciones no gubernamentales muchos de los refugiados instalados en campamentos fueron trasladados a hoteles salvándoles de morir por el temporal de frío y nieve de enero. El Hotel Di Tania estaba a 10 minutos de Oreokastro, el pueblo donde creamos nuestro pequeño hogar. Al llegar, tuvimos la impresión de estar en un hotel fantasma. Un hombre de pocas palabras nos recibió. Nadie nos esperaba y había cierta confusión. Un silencio sepulcral reinaba en aquel complejo de vacaciones. Subimos y atravesamos un lúgubre pasillo sin luz natural. Alguien, sujetándose la cara con el rostro compungido, salió de una habitación. De repente, comenzaron a asomar de las habitaciones, amenazantemente, varios hombres de caras lánguidas, hablando de forma perturbada entre ellos, quizás en árabe. Sus voces acorralándonos tenían un rebote acolchado sobre paredes y alfombras, como de aislamiento acústico. Fadi y yo íbamos uno junto al otro, y si hubiéramos tenido un poco más de confianza entre nosotros, nos habríamos cogido del brazo y habríamos salido corriendo. Sin embargo, tras una breve mirada, nos giramos para volver a paso ligero hacia la recepción. Aquel día el sol era intenso. Fadi y yo caminábamos hacia la piscina del hotel llena de tumbonas...
Read more