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A propósito de las bocas de Batibó (Camerún)

Rondaban ya los últimos días de febrero del presente año 2010. La jornada me había llevado, una vez más, a intentar dilucidar la razón de la desventura dental de uno de mis pacientes. Me encontraba valorando elementos cualitativos de su dolor, jeringa tres usos en mano, cuando, de repente, sonó mi teléfono. No lo cogí. ¡Por supuesto! No me fue necesario traer a colación ningún predeterminado precepto derivado de código deontológico alguno. Simplemente, apelé al respeto que debemos profesarnos unos a otros, y más, en una relación tan especial cómo es la que nos une a nuestros pacientes. Ahora bien, en ningún momento quiero pecar de presuntuoso. ¡No, no! Por el contrario. Debo confesar que ante el acento argentino o el pelo engominado de alguno de mis pacientes, puedo abandonar este mundo para sumergirme en profundas reflexiones internas respecto a lo apretado de nuestra liga de fútbol. “¿Cómo me ha dicho que se llamaba? ¿Leo Messi? ¿Cristiano Ronaldo?…” ¡Qué profesionalidad! Por suerte, la vuelta a la realidad siempre me sorprende en lapsos de tiempo razonables e, independientemente del color de la virtual camiseta de mis pacientes, intentó dispensarles indistintamente lo mejor de mis mañas odontológicas.

El día transcurrió entre pacientes diversos hasta que, por fin, acabé con mi laborar diario. Me vino a la mente la llamada recibida ¿Quien sería mi frustrado interlocutor? Era el Dr. Alberto Pérez Porro. ¿Qué querría? Lo llamé de inmediato. La conversación fluyó simpáticamente. Finalmente me hizo una petición: ¿por qué no redactas un escrito que refleje tu experiencia en Camerún? Fue “colgar” el teléfono y hacérseme patente la gran capacidad que tiene el tiempo y el “modus vivendi” aquí imperante para atenuar las sensaciones que la vida me depara. ¿Había estado realmente en Camerún el pasado verano? ¿Estaban fundados mis recuerdos en una fantasía onírica? ¡Pues no! Ahí estaba mi Canon Digital Ixus 60, con su tarjeta de memoria SD de 2 GB, para ponerme de manifiesto que en las fotos tomadas en julio y agosto predominaban los paisajes selváticos, las gentes de raza negra y, en alguna que otra, un personaje con bata, máscara y guantes enfrentándose a bocas con tez muy pero que muy morena que, casualmente, se parecía a mí. Definitivamente: todas las pruebas parecían indicar que, efectivamente, el verano pasado anduve por un país africano.

DE CÓMO EMPEZÓ TODO.

Finalmente fui recuperando mi memoria. ¡Sí! ¡Era cierto! En verano del 2009 había estado en Camerún. Todo arrancó cuando en enero del pasado año contacté con el Dr. Pérez Porro poniéndome a su disposición en relación a los proyectos de atención odontológica internacional que desde DENTALCOOP vienen impulsándose de un tiempo a esta parte. De hecho, el año 2007 estuve en Guinea Ecuatorial durante tres semanas de la mano de la referida organización. Lo vivido allí me impulsaba a repetir.

Ahora bien, las cosas habían cambiado. Mientras que en el 2007 viajé a Guinea junto a otro compañero dentista, en el 2009 debía hacerlo junto a estudiantes de cuarto curso de odontología que se habían implicado en el proyecto. Pues bien, ya sólo se trataba de escoger entre los destinos posibles, a saber, Kenya, Senegal, Guinea, Haíti, Camerún… Kenya parecía ser mi primera elección, pero mi paupérrimo nivel de inglés me llevaba a la duda. ¡Uf! ¡Qué pereza! Si a veces soy incapaz de alcanzar el fondo de la cuestión en pacientes que me hablan castellano o catalán… ¡cuan difícil podría llegar a serlo en inglés! ¿A dónde dirigirme pues?

La practica de una extracción, en el centro de atención primaria, dónde llevo trabajando ya hace unos años, diluyó todas las dudas que tenía respecto a mi destino. La presión del fórceps sobre un molar inferior deterioradísimo por la caries llevo a su fractura y al vuelo de un fragmento coronal por los aires de la consulta. Siguiendo con la mirada al tejido cariado volador, me cruce con ese póster. ¿Se acuerdan Vds. de la campaña impulsada por nuestro COEC, apoyada por Licor del Polo, que intentaba fomentar una buena higiene oral entre nuestros pacientes? ¿Se acuerdan de quién la protagonizaba? Si su memoria también les traiciona les diré que era… Samuel Etto´o. Ahí estaba “Samu”, en ese póster de campaña, dentífrico y cepillo en mano, recordándome que él era camerunés y que hablaba francés. ¡Vaya, vaya! ¡Mi francés no es gloria, pero algo mejor que mi inglés es! Decidido estaba. Llamé al Dr. Pérez Porro y concretamos. Destino: Camerún. Acompañantes: Joana Magalló, Meritxell Martínez y Verena Jurán. Un encuentro con ellas tres sirvió para adquirir los billetes Barcelona-Casablanca-Douala (ida el día 19 de julio, vuelta el 19 de agosto), empezar con las ineludibles gestiones de los visados y decidir que de nuestra estancia, 20 los destinaríamos a “bocas” y los otros 11 a viajar un poco por esas tierras. Alea jacta est.

DE LAS DOS TRAICIONES DE ETO´O

Pronto empecé a descubrir que Eto´o no era mi ángel de la guarda. Primera traición: Batibó. Ese era nuestro destino. Se trata de una localidad ubicada en el centro-oeste de Camerún, dónde se habla, además de las lenguas vernáculas africanas, el inglés. Pero… amigo “Samu”, ¿no me “dijiste” que en Camerún hablabais francés? Olvidó decirme que después de la Segunda Guerra Mundial, el actual territorio camerunés fue objeto de reparto entre los bandos ganadores europeos, o sea, Francia y Gran Bretaña, que desalojaron de allí a los vencidos alemanes. Francia se quedó con la mayor parte del territorio conocido actualmente como Camerún mientras que Gran Bretaña se agenció una pequeña parte de la zona occidental del actual país. Parece ser que mi destino estaba escrito: comunicación gestual acompañada de circenses intentos con el inglés (y digo circenses por la comicidad de los payasos que no por la elegancia de los equilibristas …). Aún suerte que mis compañeras de viaje ponían un poco de orden a mi circo lingüístico. Desde aquí, gracias.

Y si por fuera poco, Eto´o me sumió en otra pequeña desgracia. ¿Cómo se le ocurre formalizar su fichaje por el Inter de Milán mientras yo andaba por su tierra? En los primeros días de estancia pasaba por ser, a los ojos de los lugareños, el dentista que venía del paraíso futbolístico dónde habia llegado la “Champions” de la mano de su estimado compatriota. Conocido el cambio de cromos Eto´o-Ibrahimovic entre Inter y Barça, pasé a ser uno más de la panda de desagradecidos del Fútbol Club Barcelona, Guardiola y Laporta al frente. Mi integridad física no peligró, pero…

DE NUESTA ESTANCIA EN BATIBÓ.

Desembarcar en un aeropuerto africano nada tiene que ver con hacerlo en uno occidental. Después de algunos percances que obviaré, contactamos con el hermano Pierre, uno de los enfermeros del centro sanitario donde trabajaríamos durante tres semanas. Después de las presentaciones pertinentes, nos llevó a un albergue de la misma Douala para pernoctar. No le pareció una buena idea transitar los aproximadamente 250 km. que separaban Douala de Batibó de noche. A la mañana siguiente comprendimos los porqués. Las carreteras camerunesas, en la mayoría de sus tramos, no son modelo de seguridad viaria y, por otro lado, muchas eran las localidades que cruzábamos que requerían de su correspondiente parada. La razón: en Camerún no hay un “Alcampo” en cada esquina. La camioneta en la que viajábamos se iba llenando de utensilios, enseres y comestibles para llegar finalmente a nuestro destino, unas nueve horas después de iniciado el trayecto. ¡Por fin habíamos llegado! Venir a recogernos a Douala fue una buena oportunidad para aprovisionarse de todo aquello difícil de conseguir por los alrededores de Batibó.

El establecimiento sanitario donde nos albergaríamos y trabajaríamos pertenecía a la orden de San Juan de Dios. Se trataba de un pequeño hospital donde se atendían esencialmente casos de malaria y , en una de sus dependencias, se había instalado un sillón dental. Además del mentado hermano Pierre, residían en el centro el hermano William, otro enfermero, y el hermano Linus, el coordinador. Asimismo colaboraban en el centro, médicos, enfermeros y otro personal auxiliar externo.

Llegamos una tarde. Presentaciones y reconocimiento del centro. Primer contacto y acondicionamiento del sillón. Desembalaje de materiales odontológicos varios, ducha, cena y a abrazar a Morfeo para que nos recuperase del vaivén del viaje. A la mañana siguiente, desayuno y a dar rienda suelta a nuestra curiosidad con respecto a las bocas camerunesas.

Trabajamos de lunes a sábado por las mañanas y, también, alguna que otra tarde; eso sí, si la luz lo permitía. Los cortes de suministro eléctrico en el centro eran frecuentes y el generador del que se disponía alcanzaba para lo que alcanzaba. Los frontales del “Decathlon” nos sacaron de algún apuro. Nos dividíamos en dos parejas. Una disponía del sillón y la otra hacia exploraciones y extracciones en una habitación contigua donde se disponía de una camilla y una olla a título de escupidera. ¿Procedimientos practicados? Pues, indudablemente, el ránking lo encabezó, la exodoncia. A mucha distancia siguieron las obturaciones-reconstrucciones, tartrectomías, y, algo más lejos, las endodoncias y otras actividades. A título de curiosidades mentar que, paradójicamente, incluso algunas obturaciones estéticas en sectores anteriores se practicaron (las fluorosis eran frecuentes) y, que un paciente con antecedentes de pericoronaritis reiteradas al que se le extrajeron los cordales incluídos nos apuntó que “ni en Yaoundé me las querían sacar”. ¡No sé, no sé! ¿Eran sinceras sus palabras o no eran más que una aduladora estratagema para enaltecer egos y, con posterioridad, tener más posibilidades en la futura “pedida de mano” a cualquiera de mis compañeras? Y así me pronuncio porque no había día que alguna u otra de ellas, si no las tres, no recibiera propuesta de esponsales. ¡¡¡Muy preciado era “lo blanco”…!!!

Batibó fue odontología, sí, pero también mucho más. En nuestros tiempos libres proliferaron excursiones por los alrededores; cervezas, colas y refrescos de lo más peculiares que no bajaban de los 20 grados en cualquiera de las “terrazas” de los “bares” de poblado; asistencia a torneos de fútbol con desarrollos y celebraciones finales inenarrables y, también, mucha interacción con los autóctonos. De hecho, uno de ellos fue el artífice de una de las experiencias más memorables de nuestra estancia. Chico de unos 25 años, con su hijo de unos dos años que siempre le acompañaba. Trabajaba en el mantenimiento y limpieza del centro sanitario de los Hermanos de San Juan de Dios Nos contó que nació en Koanu, una aldea que distaba de Batibó unos 40 kms. Su esposa residía allí y, a razón de su trabajo, hacia ya seis meses que no se veían. Además, su padre era el “chief” del poblado, algo equiparable a lo que aquí es un alcalde, “salvata distantia”. “¿Y por qué no contratamos los servicios de un “taxista” y nos vamos a Koanu?” Una posible preciosa excursión y, además, facilitabamos el reagrupamiento familiar temporal. ¡Allá vamos! “Taxista”, padre, hijo y nosotros cuatro metidos en un destartalado coche por unos terrenos que… ¡difícil lo hubiera tenido un buen 4X4! No llegamos. Lo accidentado de la pista, sus socavones, su estrechez, sus pendientes y el barro acumulado (estábamos en estación de lluvias), nos ancló a falta de 4-5 km del destino final. Trekking improvisado pero… ¡que gran recompensa! La recepción fue al estilo “Bienvenido Mr Marshall”… aunque nosotros no pasamos de largo. Cantos y danzas en medio de la selva y una especie de cacahuetes y bebidas diversas como presente de bienvenida. Tal fue el impacto recibido que nos comprometimos a regresar para ofrecer nuestros servicios;jn eso sí, “only extraction”.

El domingo siguiente organizamos el segundo acercamiento a Koanu. Habíamos comprado unas pelotas para los niños del poblado. Una mochila llena de casi todo lo imprescindible para la práctica de extracciones era, junto a las pelotas, nuestra nueva compañera de viaje en el “taxi”. Treinta y cinco kilómetros rodados y cinco a pie nos situaron de nuevo en Koanu. Al llegar la expectación era máxima. Nos cedieron una especie de cabaña y preparamos todos los enseres para explorar y extraer en su caso. Pocos debían ser los “koanunenses” que no estuvieran alrededor de la susodicha cabaña. Preparados, listos, ya… ¡que entren dos pacientes! El primero era tribuario de dos extracciones, el segundo de otras tres. ¡Venga! Vamos a preparar la anestesia… ¡Oh! ¡Sorpresa! ¡Qué horror! ¡Habíamos olvidado las agujas! ¿Y cómo lo explicábamos a toda la gente de la “sala de espera”?Después de ciertas dudas, decidí salir con las pelotas de los niños en mano y las chuté lo más lejos que pude. La estrategia funcionó. Media Koanu desapareció jubilosamente de los alrededores de la cabaña. Sólo quedaba la otra mitad. Una interprete improvisada sirvió para comunicar a los presentes la pérdida durante el trayecto de un objeto irremplazable para nuestra práctica. Las pérdidas, en esos casos, son una salida más digna que los olvidos. Decepción, vuelta a casa y un tercer viaje dos días después para cumplir con lo prometido. Esa última vez, sin pelotas… pero con agujas. No obstante, valió la pena. Las escenas vividas durante las exodoncias bien podrían ilustrar un hipotético tratado de “Historia de la pre-odontologia en la Edad Media”. Eso sí, ¡con anestesia infiltrada con las “graciosas” agujas!

Y fue así cómo nuestras tres semanas en Batibó se agotaron. Pero aún quedaban, en principio, diez días para experimentar Camerún sin el “paraguas” representado por los hermanos Pierre, William y Linus y las dependencias de San Juan de Dios en Batibó. Lo diferente del vivir occidental con repecto al africano lo transformó todo en anécdota. Verbigracia. Viaje nocturno de trece horas en un autobús apto para sesenta personas en Europa. Pero en Africa se cuenta distinto. Dónde un blanco cuenta sesenta, un africano cuenta cien; aparte cucarachas que, por supuesto, no suman. Si a eso añadimos los vendedores ambulantes que, en cada una de las múltiples paradas, eran capaces de entrar en el bus para abastecernos de víveres y comidas; las trifulcas que se organizaban en cada parada al entender algunos que otros incurrían en voluntarios equívocos al seleccionar los aprisionados fardos del maletero; un pinchazo inoportuno que debió repararse; una travesía a selva abierta para superar un puente caído a razón de unas lluvias torrenciales… Todo eso, y más, cabe en una travesía de trescientos kilómetros en un bus africano. Pero las ahora contempladas como bienvenidas y bienvividas incomodidades también se acompañaron de vivencias menos sufridas. Pescados a la brasa en “chiringuitos” del puerto pesquero de Limbe, unos camarones junto a una cerveza en una playa de Kribi, una habitación de hotel africano instalada frente a unas cuantas palmeras que se interponían entre aquélla y el océano… Imágenes tópicas de bienestar si se quiere, pero, al fin y al cabo, buenos recuerdos.

UNA REFLEXION-JUSTIFICACION FINAL.

Una vez regresado, y ante las referencias que daba de mi experiencia a amigos y conocidos, no eran pocos los que me cuestionaban respecto a la auténtica naturaleza de mi viaje. ¿Has ido de voluntario o de simple y puro turista? La pregunta me obligaba a un ejercicio de introspección. No son pocas las veces que actuamos sin desmenuzar las razones que nos impulsan a ello.

Las desigualdades imperan en este mundo. Nacer en una cuna u otra determina, indudablemente, nuestra existencia. Hacerlo en una de un país subdesarrollado condena a no disfrutar, o hacerlo de forma insuficiente, de determinados servicios, entre ellos los sanitarios. Es aquí dónde aparece DENTALCOOP que con una infraestructura ínfima, algunos contactos y una actitud impregnada de buena voluntad pretende contribuir con una pequeñísima gota a diluir el gran abismo que separa a unos agraciados de otros que lo son bastante menos. Bien es cierto que uno muy bien podría contraargumentar que ese camino no resuelve el problema de la injusta desigualdad; el escenario ideal sería que cualquier sociedad de este mundo pudiera ser autosuficiente en la satisfacción de las necesidades de sus miembros. Pero éste es un problema de tal enjundia que poco podemos hacer. O sea, que mientras los grandes poderes discuten como cuadrar sus intereses e igualar un poco las dispares condiciones de vida de los habitantes de este mundo, ¿por qué no pagarme un billete de avión, irme a África, exodonciar, endodonciar, reconstruir y, en definitiva, mejorar en algo la calidad de vida del autóctono que se sienta ante mí en el sillón? Si además ésto me permite gozar de una experiencia que difícilmente viviría a partir de un viaje “organizado” a África, pues mejor que mejor. Llegado a este punto, creo pensar que el altruismo es el más legitimo de los egoísmos.

Y para acabar me gustaría, al hilo de lo anterior, alentar a los responsables de DENTALCOOP a continuar con sus proyectos, a mejorarlos aprovechado las experiencia de lo vivido, y a continuar ofreciéndonos la posibilidad de mostrarnos auténticamente más solidarios, no desde el paternalismo y una supuesta y falsa desigualdad esencial de las partes, sino desde la paridad entre el donatario y el donante que, por caprichos del destino, han quedado en distinta posición.

Josep Garriga Colomé

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